domingo, 13 de diciembre de 2015

HISTORIAS DE NAVIDAD
PARTE 1
Imagina que eres un soltero de treinta y un años, estas solo en casa una noche antes de noche buena y de repente llaman a la puerta  pasada la media noche, una sola vez por supuesto, como para hacer la situación más curiosa, tensa o preocupante, según los nervios o traumas que tengas en tu haber. Finalmente, luego de debatir contigo mismo sobre cuantos psicópatas deambulan normalmente por tu barrio a esas horas de la noche, decides abrir la puerta sin quitar del todo el seguro, por si acaso. No, no lo haces por que seas una nenaza, por supuesto que no. Eres precavido, porque la vida está dura y la noche es oscura, y el mundo se enfría cuando tú no estás. En fin, volviendo al tema; estás ahí, abriendo lentamente la puerta con una mano mientras sostienes firmemente un palo de escoba en la otra, como si eso te fuera a salvar la vida de ser necesario. Entonces lo ves, en el suelo, envuelto en un precioso papel de regalo que parece diseñado a pulso, sacado de una película, único en su clase y que alguien se ha molestado en ir a dejar justamente frente a tu puerta, para luego desaparecer como una sombra furtiva de la noche. Un regalo para ti.
No te imaginas de quien puede ser. Pero si de quien quisieras que sea. Por otro lado; y como está la situación en el país, también piensas en la posibilidad de un extorsionador que acaba de dejarte unas cuantas balas con tu nombre y el pedido de una exorbitante suma de dinero que no piensa sudar para obtener. Pero vuelves a recordar que te mudaste a un lugar muy seguro y anónimo cuando comenzaste a saborear las mieles del éxito literario. Verificas que nadie te vea, ningún vecino de esos que envueltos en el espíritu navideño viven cada noche deseándole “feliz navidad” a todo lo que se mueva. Es cierto, nunca te han emocionado ese amor y paz que se respira en el ambiente cercano a los fines de año. Hipocresía pura, alimento para los reyes del consumismo, piensas. Pero un regalo es un regalo, con un demonio, a que persona no le gustan los regalos. Al menos recibirlos. Así que te apresuras a desenvolverlo con cuidado; y ahí está, un minúsculo USB con forma de tablita de surf a detalle. Lo conoces muy bien, la mirada se te ilumina y se te escapa una sonrisa, no puedes esperar a ver lo que hay dentro y lo conectas inmediatamente para ver el contenido, un video.

Las fotos empiezan a desfilar una por una al ritmo de una de aquellas canciones que te dedicaron hace mucho. A tu mente acude esa típica frase que todo ser que ha perdido la cordura y se ha entregado al amor, o al menos lo que cree que es amor, ha dicho alguna vez en su vida: nuestra canción. Imágenes de viejos de recuerdos, de momentos felices que te hacen emocionarte por un instante, pero que sabes muy bien que no volverán. Por supuesto saber eso no te impide recordar cómo te sentías mientras sucedieron todos aquellos momentos y sencillamente vuelves a ser feliz, en el sentido romántico de la palabra, por unos instantes. Luego tendrás que volver a la realidad, aceptar que solo fue un detalle, una consideración. Un acto protocolar para honrar la memoria de un amor caído en batalla. De esos que simplemente no pudieron ser, sin culpables ni nada, si hasta amigos son ahora, como cuando sucede cuando la razón sale victoriosa frente al corazón y luego simplemente colorín colorado, el cuento se ha terminado y ni Romeo ni Julieta se han suicidado. Sobreviviste, ambos, de la “mejor” manera.
¿Se imaginan que todo esto sucediera? No me ha pasado a mí por supuesto, pero como suele suceder con casi todas las buenas historias de ese tipo, escuché por ahí que le pasó al conocido de un conocido de un conocido y así sucesivamente hasta tener juntos a todos los conocidos y desconocidos necesarios para crear una leyenda urbana digna, defensora del romanticismo que por estos días va a rastras y en decadencia.
No, definitivamente no me ha pasado a mí. No vivo en una zona acomodada y anónima, ni he tenido éxito literario, todavía. Aún vivo con mi madre, mis dos hermanas, una sobrina, dos perras, tres salamandras, una tortuga y una incontable cantidad de peces de colores cuyo sexo no estoy interesado en aprender a diferenciar; para no correr el riesgo de terminar como la mayor de mis hermanas y estar mandándole besos al último y obeso goldfish que ha sobrevivido contra todo pronóstico y desde tiempos casi inmemoriales, y del cual ella afirma que le mueve la cola cada vez que la ve llegar…
Lo sé, lo sé. Pienso lo mismo…

Por otro lado, me gustaría poder decir igual que Calamaro eso de que “otras me quieren todavía, algunas me quieren y me odian a la vez” pero estoy muy lejos de ser como él obviamente. (¡MAESTRO!). El amor siempre ha hecho estragos en mi persona y la razón casi nunca, mejor dicho nunca, ha salido victoriosa frente a lo que dicta el corazón. Pero esa es otra historia. El punto es que ante la cercanía de las fiestas navideñas, y como  cada año, esa historia viene a mi mente. Como un viejo dejavú de algo que jamás pasó, pero que me descubro anhelando y preguntándome como sería si un buen día el destino y yo hiciéramos las pases de una vez por todas. En el fondo tal vez sigo siendo un románico sin remedio y no me he rehabilitado como me he venido haciendo creer a mí mismo durante los últimos años.

En cuanto a los regalos de fin de año, mantengo mi teoría de toda la vida. En primer lugar cuando ya eres adulto, o por lo menos pareces uno o has logrado convencer al mundo para que te vea como tal, olvídate los regalos, no los recibirás más. En adelante tocará darlos, sobre todo si tu familia está plagada de niños. A menos que seas una de esas almas valientes y aventureras, a las que les gusta vivir al tope y jugarse el todo por el todo y tirarse de cabeza a una piscina vacía donde un grupo de gente, que no se quiere sentir del todo miserable en estas fiestas, se atreven al viejo juego del amigo secreto y realizan un desesperado intercambio de regalos donde todo será “equitativo”, pero es muy probable que terminemos recibiendo una caja vacía, o en el peor de los casos, nada.
Y el segundo punto es que cuando has llegado a la base tres, sin importar por qué caminos  te ha llevado la vida, existirá un grupo reducidísimo de personas que de verdad se interesará por ti esta navidad. Aceptémoslo, tu madre y tu novia encabezan esa lista. Piénsalo, quien se esmerará por hacerte feliz realmente, quien conoce tus gustos o por lo menos se esfuerza en saber un poco de ellos. Ganadoras por unanimidad. Los demás regalos, si es que llegan, probablemente sean las cosas inservibles de toda la vida. Que, aunque lleguen de buena voluntad, no llenaran tus expectativas pero fingirás, como siempre, que era lo que querías para estas fiestas y la otra persona fingirá a su vez creerte y la vida seguirá su curso.
Dicho esto y aquello, me pregunto que esperan ustedes de esta navidad, y también que espero yo, por supuesto. Aunque este año no voy a la deriva, como pocos años para esta época, tengo novia y una madre que me adora, ya saben cómo es eso. Así que si alguna de ustedes dos lee esto, no quisiera que piensen que directa o indirectamente estoy esperando algo de ustedes. Pero sí.

 Y no se preocupen que la navidad es para dar y recibir, y el amor siempre es bien correspondido. Seguramente al final de cuentas a todos nos cae algo por ahí, total hasta Ebenezer Scrooge quiere salir a jugar en estas fechas. Es tiempo de ser feliz, o al menos intentarlo y morir en el intento. 

                                  

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